No es novedad que la escuela actual
no nos educa para la vida, y una cosa que no enseña es, paradójicamente, a saber
afrontar la muerte propia o de un ser querido. Reivindicando –irónicamente- a
la escuela, anotaré lo único que recuerdo alusivo a la muerte que aprendí como
tantos, en aulas, aunque en realidad no
tenga más que un valor anecdótico. Es este “aprendizaje”, la famosa obra de
Manrique:
Recuerde el alma dormida,
avive el seso e despierte
contemplando
cómo se passa la vida,
cómo se viene la muerte
tan callando;
cuán presto se va el plazer,
cómo, después de acordado,
da dolor;
cómo, a nuestro parescer,
cualquiere tiempo passado
fue mejor.
…
Nuestras vidas son los ríos
que van a dar en la mar,
qu'es el morir;
allí van los señoríos
derechos a se acabar
e consumir;
allí los ríos caudales,
allí los otros medianos
e más chicos,
allegados, son iguales
los que viven por sus manos
e los ricos.
…
Este mundo es el camino
para el otro, qu'es morada
sin pesar;
mas cumple tener buen tino
para andar esta jornada
sin errar.
Partimos cuando nascemos,
andamos mientra vivimos,
e llegamos
al tiempo que feneçemos;
assí que cuando morimos,
descansamos.
Para alguien de familia pobre, la
vida está marcada por el trabajo duro y continuo, con poco tiempo de solaz. Sin
embargo, tan importante como lograr el duro pan de cada día, es saber apreciar a
la familia que nos tocó, y eso no precisa dinero para lograrse. Pero aun estando
así al alcance de nuestras manos, cuán torpes somos para ni eso hacer tanta y
tantas veces.
Cómo quisiéramos no sufrir la
muerte; cómo quisiéramos no afrontar la
de nuestros caros, o no tener forzosamente que vivirla antes de aprenderla.
Pero es lo que es, no la podemos aprender sino sufriéndola.
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