Soy de TACNA, y escribo desde acá ocurrencias propias y no necesariamente por coyunturas.

viernes, 21 de febrero de 2014

KYRIE ELEISON

No es novedad que la escuela actual no nos educa para la vida, y una cosa que no enseña es, paradójicamente, a saber afrontar la muerte propia o de un ser querido. Reivindicando –irónicamente- a la escuela, anotaré lo único que recuerdo alusivo a la muerte que aprendí como tantos, en aulas,  aunque en realidad no tenga más que un valor anecdótico. Es este “aprendizaje”, la famosa obra de Manrique:


Recuerde el alma dormida,
avive el seso e despierte
contemplando
cómo se passa la vida,
cómo se viene la muerte
tan callando;
cuán presto se va el plazer,
cómo, después de acordado,
da dolor;
cómo, a nuestro parescer,
cualquiere tiempo passado
fue mejor.


Nuestras vidas son los ríos
que van a dar en la mar,
qu'es el morir;
allí van los señoríos
derechos a se acabar
e consumir;
allí los ríos caudales,
allí los otros medianos
e más chicos,
allegados, son iguales
los que viven por sus manos
e los ricos.


Este mundo es el camino
para el otro, qu'es morada
sin pesar;
mas cumple tener buen tino
para andar esta jornada
sin errar.
Partimos cuando nascemos,
andamos mientra vivimos,
e llegamos
al tiempo que feneçemos;
assí que cuando morimos,
descansamos.


Para alguien de familia pobre, la vida está marcada por el trabajo duro y continuo, con poco tiempo de solaz. Sin embargo, tan importante como lograr el duro pan de cada día, es saber apreciar a la familia que nos tocó, y eso no precisa dinero para lograrse. Pero aun estando así al alcance de nuestras manos, cuán torpes somos para ni eso hacer tanta y tantas veces.


Cómo quisiéramos no sufrir la muerte;  cómo quisiéramos no afrontar la de nuestros caros, o no tener forzosamente que vivirla antes de aprenderla. Pero es lo que es, no la podemos aprender sino sufriéndola.

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