“¡Por qué no hacen valer
sus derechos!” le decía
Servando Huanca o Benítez a los soras cuando la mina y los Marino les
arrebataban sus propiedades en Quivilca* . Los soras respondían con una sonrisa de inocencia y sinceridad.
¡Hagamos que las cosas
mejoren!, decía una
decena de personas al mundo de sus contemporáneos. Y el mundo le respondía con una sonrisa de complacencia
y desgano.
Es
mundial la enfermedad, pero centrémonos en nosotros, porque dicen que acá
existe muy poco carácter, que nos dejamos maltratar por cualquiera. ¿Es cierto
eso?
Yo
he visto varias situaciones como aquellas, pero no podría decir que sea producto
Marca Perú. La debilidad de carácter puede venir mucho de un ánimo indeciso, y
eso, lo indeciso, sí que nos sobra a muchos peruanos. Fíjense en el ejemplo
siguiente:
Los
adultos critican mucho, en las reuniones familiares o conversaciones del día, a
los borrachitos y a los delincuentes comunes.
“Son unos vagos, ensucian; asustan a los
niños; hay mandarlos a la cárcel; la ley debería castigarlos para que aprendan.”
Y se enojan, y patalean, y llaman a los mil demonios cuando les roban algo o
les orinan la puerta de la casa.
Pero (lo he visto mil veces) cuando llega un
policía a levantar del suelo a un borrachín con un “Oye, ya, qué tienes, anda a tu casa; apura, apura!!”, es la misma
gente que antes cacareaba sin parar la que ahora dice cosas como “Ay, pero qué abusivo, pobre borrachito,
déjalo nomás, no sabe lo que hace, etc.” Otros exclaman: “Está bien, pero, qué le pasa al tombo, por
qué le grita así al pobre señor.” Y yo me quedo idiota pensando: “¿Qué? ¿Quieren que el policía lo levante
con palabras románticas y lo lleve cargando a casa cantándole una canción de
cuna? ¡Por Dios! Cómo vas a despertar a alguien ebrio y dormido sino es con una
voz alta y de autoridad.” En situaciones así, la gente me choca.
Lo
mismo con los rateros de poca monta. Se los atrapa y el tombo en un arrebato le
grita alguna lisura o le da un palazo. La gente grita entonces: “Abuso de autoridad, qué tal si es inocente,
vamos a denunciarte, abusivo**.”
Dicen
por ahí que ese es el carácter peruano. Algo tímido, indeciso, que toma una
decisión y al cabo de un rato, por sentimentalismo, cambia de opinión. Que,
cuando debe elegir entre la justicia severa y la compasión injusta, opta por lo
último.
José
de la Riva Agüero y Osma (peruano) se lamentaba de que los peruanos demostramos
nuestro talento más rápido que en otros lugares del mundo*(* Y nos da ejemplos
sorprendentes de jóvenes de 14 y 15 años graduándose de doctores en afamadas
universidades, junto con otros de la misma edad que ya eran profesores.). Yo me
sorprendí cuando leí eso; pero el historiador pasa a decir por qué lo cree:
dice que esa es una característica de los países tropicales y que en realidad era
la señal de un futuro carácter débil e indeciso. Actualmente no vemos talento
precoz por las noticias, pero sí que hay aún –y para nuestra desgracia- mucho
carácter débil.
Diego
Portales, el artífice de la desarticulación de la Confederación Perú-Boliviana, al hablar de los dirigentes peruanos en Lima, aseveraba que son más
cultos e inteligentes, pero más débiles de carácter que los chilenos. Y en
liderazgo, el carácter vale tanto o más que la inteligencia.
Falta una segunda parte.
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* En la novela de César Vallejo, El Tungsteno.
** Por otro lado, tampoco hay que soslayar el otro lado de la moneda, el de las posturas extremas donde el mismo pueblo el que lincha sin piedad al ladrón y es la policía la que debe socorrer al pobre hombre.
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