Ayer bailé la mitad de un día sin
parar. A la sétima hora de ello, un hueso de mi pierna derecha me reclamó
descanso. Como es de costumbre, no presté atención a mis dolores y continué
hasta llegar a la hora doce; creo que bailé todos los ritmos conocidos. Hoy día,
me ha tomado algo de 10 minutos subir y bajar las escaleras cada vez que lo intenté. El dolor
es mucho más agudo y con las justas puedo andar. El domingo tendré una mañana deportiva. Estoy convencido de que, a pesar de que el dolor sea igual de fuerte, me voy a dar el gusto de una pichanga.
Esta noche de sábado, mientras
los amigos celebran su día, yo quiero conocerme un poco más; no cambiar, solo
conocerme. A solas.
La cojera que sufro hoy día ha
servido para que me ponga a pensar un poco en mí (cosa que casi nunca hago). Y me
he encontrado. Me alarmó en principio lo que hallé; sin embargo, en este momento
la alarma ya pasó. ¿Por qué la intriga? Por el gran desinterés por mi bienestar
que encontré. Sí, no lo había pensado antes. Quiero verme un poco más...
Que si estoy con tos ya más de 3
meses ininterrumpidos, no es por mis débiles defensas tanto como por el
descuido en abrigarme, andar a mitad de la madrugada en calle y sin más abrigo
que un short y mis casacas de papel, por las tantas veces que paso horas hasta
bien entrada la madrugada en friísimos inviernos hablando con la enamorada u
otra que no lo es tanto en los altos de mi casa; siempre olvidándome de mi, ignorando qué consecuencias
traerá mi proceder.
Que en esta vida que he vivido, no hay año en que no me agripe hasta el borde de la
neumonía; que no me fulmine un ataque al pecho; que no me queme el sol hasta
estar irreconocible; que no tenga mis semanas de cojo e incluso alguna vez,
casi cuadripléjico; no hay año que no termine de destruir mi vesícula con noches de bebida perfecta; que alguna otra vez haya tenido no más que dos horas
continuas para dormir al día y eso durante muchas semanas; que no pase de la obligada
cara afeitada al ras (por la obligación del trabajo) hasta el opuesto de unas
melenas en la cabeza y rostro que asombraron a no pocos de mis conocidos; que
no me vea en la suma holgura, derrochando dinero con más liberalidad que Pantagruel
a no tener un sol luego y semanas o
incluso meses de indigencia, esa que obliga comer mendrugos al borde de la
descomposición, sin saber si habrá almuerzo esa tarde y nunca jamás comer tres
veces por día. El besar desenfrenadamente a desconocidas, el dormir fuera con quien
me deje sin sueño y sangrantes los codos; ser el rey de la
fiesta, rodeado de los brindis de los amigos, las risas de las amigas y los
guiños de las desconocidas, hasta los días y días enteros en la absoluta
soledad. ¡¡Y nunca preocuparme por nada ello!! Qué innumerables
los tiempos, para finalizar, de tantos amigos o al menos compañeros, para luego
ser un completo desconocido.
Yo sería un mal deportista
profesional, andaría lesionado la mitad de las temporadas, porque no sigo jamás
los consejos en favor de mi propia integridad física cuando hay algo verdaderamente interesante
por hacer o alguien que me lo pida verdaderamente. La emoción y la sinceridad
me son irresistibles. Detesto sobremanera lo repetitivo y, por eso, ya que estoy aquí, salgo tan poco a beber con mis conocidos: me parece un lugar tan común que no le encuentro el mayor interés. De ahí también colijo, debe de provenir mi gusto por la lectura. Siempre, siempre, ahora que lo pienso, hago las cosas a
mi costa, aun en perjuicio de mí. Poca duda me queda de que no llegaré a los 50
años.
Como mi forma de ser me parece un
estado patológico, no tengo ninguna preocupación por querer cambiarme.
Ohh, ya sé algo más de mí. Y muy
sentimentalistamente, lo publico en internet. Yo, que detesto publicar cosas
personales. No me entiendo y, de todos modos, no tengo ganas de entenderme.
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