Recuerdo
que de niño, había temor en casa hacia la cocina a gas. Era muy peligrosa, podía
explotar en cualquier momento y mandarnos al cielo con todos los gastos
pagados. Los primeros días que instalamos la nueva cocina fueron días agitados:
siempre pendientes al balón, verificando a cada instante que no haya fugas, que
no salga el olor a gas, que las manijas estén cerradas...Informo al mundo que
aún seguimos vivos y que la cocina a gas resultó ser tan inofensiva como una
radio, y muy barata.
Lo mismo
ha ido pasándome actualmente con las tarjetas de crédito que me han salvado de más de un apuro, la terma eléctrica para no helarme en invierno, el wifi del
internet (o las antenas de teléfono) que me permite publicar en Tacnamanta, o
el horno microondas que alegra mis cenas. Luego de momentos de recelo, las
cosas han ido a engrosar mi vida sin muchas consecuencias negativas. Solo hay
que saber cuándo utilizarlas y cuándo no.
Aún mantengo
temores a usar el avión, comprar por internet o comer rocoto relleno, pero
confío que el tiempo y experiencias más recurrentes, disiparán los miedos tal y
como ocurrió con los anteriores casos.
En alusión a la actual
controversia sobre los transgénicos, el diario español El País ha publicado hoy
un artículo mostrando cómo la novedad ha sido resistida con los más dispares
argumentos. Allí se muestran casos similares a lo que ocurre hoy con los
transgénicos, ocurridos a productos ahora universalmente aceptados como la
margarina, los discos reproductores de música, las vacunas, el teléfono, etc. También
aparece el caso del café –y el té- que, increíblemente, hasta hoy perdura como
atavismo entre los mormones. Es más natural incluso la poligamia, aunque con
esto no digo que la apruebo, a propósito.
LOS ENEMIGOS DE LA INNOVACIÓN
NUÑO DOMÍNGUEZ
En los últimos 600
años las sociedades humanas se han opuesto a la llegada del café, la imprenta,
la agricultura mecanizada, los frigoríficos, la música grabada o los
transgénicos con tácticas muy parecidas
“No hay ninguna idea inteligente
que pueda ganar aceptación general sin mezclarla antes con un poco de
estupidez”. La frase es de Fernando Pessoa y toca un problema que las
sociedades humanas afrontan desde que comenzaron a existir: la oposición a
nuevas tecnologías que pueden cambiar el mundo.
Desde el café a la agricultura
mecanizada, pasando por la electricidad, los refrigeradores o la música
grabada, la historia está llena de ejemplos de cómo las sociedades humanas se
han resistido a adoptar innovaciones sin las que hoy no podríamos entender el
mundo.
“Es una reacción que está en
nuestro ADN, en la forma en la que está organizada nuestra mente”, explica aMateria Calestous Juma,
experto en innovación y cooperación internacional de la Universidad de Harvard
(EE UU). Juma fue jefe de la Convención de Diversidad Biológica de Naciones
Unidas y como tal vivió de primera mano debates internacionales sobre nuevas
tecnologías como los transgénicos. Ahora ha reunido su trabajo de investigación
de años en el libro Innovación y sus enemigos (Innovation and its Enemies, Oxford University Press),
un recorrido por casi 600 años de historia analizando algunos de los casos de
oposición a nuevas ideas y tecnologías que tenían el potencial de transformar
el mundo.
En 1866, durante la Exposición
Universal de París, Luis Napoleón III lanzó un reto a los científicos:
encontrar una fuente de proteínas alternativa a la mantequilla que fuera más
barata. En su cabeza estaba la necesidad de alimentar a una población cada vez
más empobrecida y a un ejército famélico y amenazado por la voluntad expansionista
de otras potencias europeas. El premio lo ganó Hippolyte Mège-Mouriés, inventor
de la margarina.
Mientras Europa adoptó el nuevo
producto, en EE UU provocó el nacimiento del lobby de la industria láctea, que
emprendió una guerra abierta contra el alimento. Los productores lograron que
el lácteo se prohibiera en varios estados y esas leyes fueron sostenidas hasta
por el Tribunal Supremo. Para conseguir frenar el consumo del nuevo producto,
mucho más asequible que la mantequilla, la industria se sirvió de estudios
científicos inventados y campañas de odio diciendo que la margarina era
“antiamericana” porque contenía un producto importado, el aceite de coco. La
industria estigmatizó a los hogares que la consumían porque estaban usando un
producto barato, lo que cuestionaba la capacidad del padre de familia de
proveer para los suyos.
El café,
los tractores, los refrigeradores o la imprenta también fueron objeto de
campañas de desprestigio
Los productores de margarina
reaccionaron sustituyendo el aceite de coco por el derivado de plantas más
“americanas” como el algodón y la soja y establecieron alianzas con los
productores nacionales de estas cosechas. La demanda de margarina creció hasta
que su consumo rebasó a la mantequilla en los años 50 del siglo XX, después de
que se derogaran las leyes aprobadas contra ella a mediados del siglo anterior.
Este “es uno de los mejores
ejemplos de cómo la industria afectada, usando instrumentos legales, puede
dañar o eliminar nuevas tecnologías”, escribe Juma.
...
Juma
traza paralelismos entre las tácticas y argumentos usados en el pasado y los
que dominan polémicas actuales como la de los transgénicos, el rechazo a las
vacunas o la inteligencia artificial. A los transgénicos se les llama “Comidas
Frankenstein”. Al café se le tildó de “alcohol juvenil” en India, y en
Inglaterra, Francia y Alemania alertaban de que producía esterilidad. Las
comidas refrigeradas eran “alimentos embalsamados”, el teléfono, “instrumento
del demonio” y la margarina “mantequilla de toro”.
...
La huelga
contra los vinilos
En 1942, el sindicato de músicos
más importante de EE UU prohibió a sus miembros hacer discos y llamó a todos
sus miembros a una huelga contra la industria discográfica. Pensaban que la
grabación de canciones acabaría con la música en directo. Los responsables del
sindicato llegaron a exigir como compensación que las radios contratasen a
músicos y que solo estos estuvieran capacitados para darle la vuelta a los
vinilos. En parte tenían razón al predecir la pérdida de muchos empleos,
escribe Juma, pero la llegada de los discos transformó la industria hasta
convertirla en un sistema donde los artistas pueden alcanzar un poder y riqueza
impensables.
El llamado "arroz dorado" (el de la derecha, evidentemente) ha sido uno de los productos estrella de la industria de los transgénicos, infinitamente criticado por organismos como Greenpeace y demás greens.
Si no has tenido una cocina a querosén de niño, no has tenido infancia XD
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