“Cuando
menos sea nuestra fuerza, más animoso debe ser nuestro corazón.”
«Había
vivido Bolognesi sin mancharse ni con el lodo de las guerras civiles ni con la
locura de las riquezas dilapidadas simultáneamente. A pesar de su modestia, de
su sencillez, le tocó transfigurarse a los sesenta y tres años. Cuando todo se
apagaba, él y sus camaradas obtuvieron allí con su decisión irrevocable que los
revestía de una sagrada tristeza y los circundaba de una perenne claridad. En
ellos la dignidad humana fue superior a la muerte. Antes de pronunciar sus famosas
palabras, la mirada silenciosa y honda del héroe conoció y superó todas las
infamias del mundo, vio toda la guerra con la extraña soledad que infunden el
honor y la energía del hombre libre y el limpio afán de proceder bien. Un
pueblo entero pasó en unos minutos por aquella habitación desmantelada con sus
equivocaciones y sus pecados y sus sueños de grandeza y su futuro esplendoroso.
Le cayeron los años sobre el rostro al viejo coronel y habló como después de muerto.
Una llama clara e intensa le brilló en los ojos mientras el aire de la mar
jugaba con sus cabellos canos. Su palabra centelleó como el acero arrebatado de
un golpe a la vaina. Dijo sólo una frase breve y ella quedó viva callando luego
el estrépito del combate y las dianas de la victoria. Flamea como una bandera
al viento de la historia.
«Bolognesi
y los suyos probaron que ni los ejércitos ni los pueblos ni los hombres deben
fijarse exclusivamente en la utilidad inmediata o en las consecuencias visibles
de sus grandes decisiones.
«El
que muere donde debe, vence y sirve. La astuta prudencia saca con reparos
perezosos excusa para la tibieza transitoria, la inactividad y el egoísmo. Como
con bubas en el rostro y jorobas en la espalda suelen pasar los que ante las
penas de la patria se escabullen y están como fugados. Los verdaderos vencidos,
a veces los verdaderos muertos, son los que son por obra de ellos mismos: por
su desidia, su cobardía, su malignidad o su soberbia. La patria no fue
inflexible en aquella época tremenda o después de ella con quienes la
desampararon so capa de comodidad, duda o impotencia y no dijo "Esos"
con la mirada como un látigo sobre sus carnes y sus almas, ni puso en cadenas
al deber desatendido. Pero dijo, en cambio, amorosamente, "Estos" a
los que infundieron máxima belleza y grandeza a su agonía y alargaron el agua a
su sed cuando estaba siendo crucificada.
«Hay
diferentes modos de dormir en la soledad de las tumbas. Bolognesi y sus
compañeros están siempre acompañados por un cariño y un respeto espontáneo y
multitudinario porque, al inmolarse, le dieron al Perú algo más importante que
una lección de estrategia: le dieron símbolos nacionales, aliento misterioso
para el alma colectiva. Y es que el dolor puede ser la mejor fuente de júbilo,
de reanudación de tarea nueva.
«Para
el ejército peruano Bolognesi es con Cáceres lo que Grau para la marina. Cada
año los cadetes juran ante su recuerdo de fidelidad a la bandera. Con los
elogios que en prosa y en verso se ha dedicado y dedica a ambos, podrían
formarse muchos volúmenes. Buques de guerra, provincias, caletas, colegios,
puentes, calles, avenidas, teatros, clubs deportivos llevan sus nombres. Casi
no hay población peruana sin monumentos o bustos suyos. Sus retratos adornan
las oficinas públicas y el despacho del Presidente de la República cómo también
casas y tiendas humildes. Lo mejor que el Perú de la reconstrucción pudo
albergar, en Grau, en Bolognesi y en Cáceres se inspiró.»
En
Historia De la República del Perú, Jorge Basadre.