(1857-1924)
JUAN PICHÓN
¡Qué
diálogo el que estableció en casa de la familia de Pichón, el día en que se
trató de elegirle una carrera!
-No,
señor, exclamó la madre, yo quiero que Juanito sea abogado.
-Pero,
si Juanito es un poco bruto, dijo el padre, golpeándose la frente.
-No
importa: más bruto eres tú, y por poco no fuiste Ministro.
-Ser
Ministro es más fácil que ser abogado, mujer; para ser abogado se necesita
estudios.
-Aquí
no se necesita estudios para nada, borrico.
-Mejor
será que lo dediquemos al comercio.
-¿Sí?;
como tú tienes tanta plata para ponerle un almacén.
-¡Almacén!
¡Almacén! Que comience de abajo, como ayudante.
-¡No
faltaba más!
-Lo
mandaremos a una chacra.
-Anda
tú si quieres; mi hijo, ¡jamás!
-Lo
que más le conviene es un oficio.
-Mejor
sería barredor de calles o ladrón de caminos, ¿te parece?
-Pero,
mujer…
-Abogado
he dicho y abogado tiene que ser.
-Bueno,
que sea abogado. (Estas mujeres, señor, estas mujeres que la han dado por que
sus hijos sean abogados, médicos, Ministros o Presidentes de la República,
refunfuñó el marido).
La
señora cogió la manta y se fue ella misma a matricularlo: empeñó sus aretes,
vendió una sortija, prestó plata y vistió de pies a cabeza a nuestro joven
universitario.
En
la Universidad lo jalaban todos los años en todos los cursos; pero él dale con
el estudio.
A
pesar de su brutalidad, no tenía un pelo de tonto, como que en nuestro país es
regla general: brutos al por mayor; ingenuos…ni por asomo; de manera que, adulando
a los profesores y en intrigas de año en año, fue subiendo escalones; y por
fin, con una tesis escrita por un amigo de la casa se graduó de bachiller.
¡Qué
gusto para doña Manonga el día que esto sucedió!
-¿Ya
lo ves, ño Silverio?, dijo a su marido, ¿ya lo ves? ¡Mi Juan es bachiller!
Pasó
a practicar la abogacía en el estudio del doctor Juan Manuel García Carabobo y
Siete Jeringas, y a los dos años hubo fiesta en la casa de Pichón y una crónica
en el periódico que dijo:
- “Juramento.- Hoy ha prestado juramento, ante la Excma. Corte Suprema, el estudioso y recomendable joven Juan Pichón, uno de los mejores pichones de San Carlos. Deseamos al graduado el más venturoso porvenir”.
-¿No
lo ves? , volvió a decir la madre al marido: ¿no lo ves? Ya está de abogado.
En
realidad, este joven, medio busca vidas, pasó al número de esos abogados que
están con la boca abierta viendo defender pleitos y sin que les caiga ni un
cliente de Juzgado de Paz, abogados vírgenes, viven con los brazos cruzados,
leyendo novelas y hablando de política; abogados a cuerpo gentil, vacíos de
mente y de bolsillo.
Un
día, este miembro de ese cuerpo de letrados indefinidos que para nada sirve,
dijo en la mesa:
-¡Caracoles!
Si tuviera un empeño. Me haría nombrar Juez de Primera Instancia de Pelagatos.
¿Empeño
dijo? Pero si estamos en la tierra de los empeños… La madre volvió a coger la
manta y anduvo de Herodes a Pilatos; vio a Jueces, a los Vocales, al Prefecto,
al Ministro, al Todopoderoso; y no contenta con sus súplicas personales, obtuvo
cartas de recomendación del Padre Eterno y de la Santísima Trinidad, y
removiendo Cielo y Tierra consiguió que a Pichón, a ese calabazo vacío, sin
práctica y sin nada, lo nombraran Juez de Primera Instancia de Pelagatos,
posponiendo a multitud de personas de mérito y sobre la cabeza de todos los que
se hicieron cruces al ver a Juan Pichón en terna.
Con
cuánto gusto leyó en alguna crónica:
- “Pelagatos.- Con esta fecha el doctor Juan Pichón ha sido nombrado Juez de 1ª Instancia de Pelagatos: felicitamos al inteligente doctor Pichón; felicitamos al Supremo Gobierno, felicitamos por nuestra parte por tan acertado nombramiento”.
Esta
nota la hizo redactar el mismo Pichón y lo llevó, por supuesto, personalmente a
las imprentas.
-¿No
lo ves?, volvió a decir la madre, que jamás olvidaba la oposición de su marido,
¿no lo ves?, y pasó a preparar el equipaje.
“No
seas ingenuo”, le dijo mientras le acomodaba las camisas. “Asegúrate, busca. Mira
que en la sierra son muy brutos. Yo vi cómo se fue el hijo del vecino y hoy ellos
ya tienen casa propia, y él les manda de todo. Por lo pronto no te olvides de
una mujer para que sirva en la cocina. Ya tú ves cómo estamos.”
Con
el mismo placer con que los cóndores se ciernen sobre las dilatadas punas del
Pelagatos, o los cernícalos cruzan por sus quebradas, así emprendió la marcha
nuestro flamante juez, llevando por ayudante
a uno de esos famosos come-tinta del Palacio de Justicia, especie de gancho
que, iba a servir al señor juez para guiarlo por el intricando laberinto de las
malas mañas.
DIEZ AÑOS DESPUÉS
Han
transcurrido diez años desde que Juan Pichón se hizo cargo de su judicatura.
El
señor Juez es un hombre de anchas espaldas, pulmones poderosos, buen estómago y
mejor vejiga; lleva los ojos inyectados de sangre, la voz ronca, la nariz
colorada, el pelo largo y mal recortado,
la barba desgreñada y aspecto de jarana.
Sus
pantalones con dificultad se le sujetan a la cintura; completa su traje un
ancho saco, en cuyos bolsillos jamás falta algo para el estómago, y un sombrero
de panza de burro colocado a lo mozo malo.
El
señor Juez se levanta a las seis de la mañana, hora en que suelen venir a
visitarlo el Cura y algunos compadres, con los que, en mangas de camisa, sin
dejar el cuarto de dormir, despachan los tres cuartos de botella que siempre
quedan sobre la mesita de noche; a esto llaman “el corte”.
A
las ocho sale a dar una vueltecita por la plaza, y hace estación en la tienda
del bodeguero más acreditado, donde en charla amigable, entre él y otros de su
devoción, se toma unos tragos y se juegan diez o doce copitas, lo que el señor
Juez llama “la sumilla del expediente”.
A
las diez, a almorzar en casa de su compadre que es uno de los poderosos del pueblo, por supuesto, y lo primero que se
pone en la mesa es la jarra de chicha para S.S.:”el compadre no puede estar sin
su chichita” dice la señora de casa.
A
las doce, al despacho.
El
fuerte del Juez son los juicios criminales y los deslindes: S.S. arrasa con todo
lo que puede, además de favorecer a aquel que le paga más. Cada juicio criminal
es una veta de oro en la que corta a cincel y sin misericordia: el asesino más
famoso, el ladrón de caminos más conocido, el criminal más digno de cárcel, con
dar 200, 400, 500 o más soles, es absuelto inmediatamente.
Con
esto, y con nombrar jueces de paz a sus allegados, para lo que suele decir
también “no hay nombramiento si no hay propinitas” y se rasca la palma de la
mano, con esto, decimos, y con nombrar a los de su círculo, el señor Juez tiene
una renta de 500 y mil soles mensuales, fuera de obsequios y de fragilidades.
Así
anda este hombre, padre de la lujuria, primo
hermano de la bebida y sobrino de ladrones, a nombre y en representación de la
ley, agobiando a los infelices, favoreciendo pícaros, dando alas a los que se
aprovechan del pueblo y santificando a cuantos tienen la desgracia de caer en
sus manos.
Le
temen y le odian.
Tiene
chacras, propiedades en la ciudad y minas, es Juez y defiende muchas veces a
las dos partes; cuenta con el apoyo de los de los “principales” que lo hartan a
regalos y se pasa la vida de un rey.
A
su lado, crecen y se multiplican los escribas y fariseos; es decir, los
papelistas y los agentes de pleitos de peor calidad: es como un jefe de numerosa
banda de rufianes: no tiene más ideal que sus vicios y personifica en la
provincia todas las corrupciones.
No
le importa el clamor de los desgraciados, ni hace caso de lo que le dicen.
Cuenta con altos personajes cuyos intereses políticos secunda y alardea de su
influencia.
En
SATÍRICOS Y COSTUMBRISTAS, Selección de Manuel
Scorza (1957)
Pp. 70-75
El texto es una Adaptación, como escribí ayer.
Laguna de Pelagatos