Hay una experiencia que narra San
Agustín que no he podido encontrar en internet para copiarla, pero intentaré hacer
memoria:
Agustín y sus amigos eran
universitarios jóvenes que intentaban abrirse paso para lograr reconocimiento y
un buen trabajo como “abogados”. Era labor de todos los días hacerse más
conocidos, les iba a costar mucho tiempo lograrla y lo sabían bien. Pero “vale la
pena” decían. Es lo mismo lo que pasa actualmente: llegar a estabilizarnos en
algún lugar de trabajo no fue fácil nunca.
En medio de estos días arduos, el grupo de estudiantes
se encuentra con un borrachín –como los que vemos por la Avenida Industrial-
haciendo su bulla, hablando solo con una botella de pozo santo en la mano. El hombre
estaba cantando, platicando con los árboles, feliz de la vida. Aquí es donde el
Santo se pregunta algo así como: “y como es que nosotros nos esforzamos tanto
para alcanzar nuestras metas, metas buenas y saludables, luchamos tanto por
dinero, prestigio, amor, salud, todo para poder ser felices, En
busca de la felicidad como dice la película. Pero mirando a este
individuo que, sin dinero, ni prestigio y quizás sin salud ya, pareciera haber
encontrado la felicidad que tanto habíamos
buscado. ¿Qué es lo que buscamos en realidad con tanto trabajo? Si es
tan fácil ser feliz, ¿para qué tanto afán estudiando y trabajando?”
Me hizo pensar mucho esa
reflexión. Era muy jovencito cuando leí las Confesiones de San Agustín. Pero sigo
con la interrogante (algo de razón tiene el santo obispo): el fin de nuestras
luchas y sudores es ser felices, vivir alegres y contentos, aunque parezca
contradictorio (sufro para ser feliz; contrario a lo otro: ser feliz en el
sufrimiento e incluso a causa de éste). Pero,
¿no hemos notado que muchas veces la felicidad no se da con todo ese trabajo o
éxito sino con ´cosas´ más pequeñas, ´menos´ importantes? Para qué, para qué
todo esto?
Para qué una chamba obligada,
aburrida, estresante? Para qué tanto compromiso pesado, espeso, que te corta
las alas?
Justo estoy escuchando una
canción de Cabral que versa un poco sobre lo que intento decir hoy; una letra
tan cierta:
No crezca mi niño,
No crezca jamás,
Los grandes al mundo,
Le hacen mucho mal.
El hombre ambiciona,
Cada día más,
Y pierde el camino,
Por querer volar.
Coro.
Vuele bajo,
Porque abajo,
Está la verdad.
Esto es algo,
Que los hombres,
No aprenden jamás
Por correr el hombre
No puede pensar,
Que ni él mismo sabe
Para donde va.
Siga siendo niño,
Y en paz dormirá,
Sin guerras,
Ni máquinas de calcular.
(Prosa)
Diógenes cada vez que pasaba por el mercado
Se reía porque decía que le causaba mucha gracia
Y a la vez le hacía muy feliz
Ver cuántas cosas había en el mercado
Que él no necesitaba.
Es decir que rico no es el que más tiene,
Sino el que menos necesita.
Es decir, el conquistador por cuidar su conquista,
Se convierte en esclavo de lo que conquistó,
Es decir, que jodiendo,
Se jodió.
Más
Dios quiera que el hombre,
Pudiera volver,
A ser niño un día
Para comprender.
Que está equivocado,
Si piensa encontrar,
Con una chequera,
La felicidad.
Coro
Hay momentos en que las personas
tenemos dilemas existenciales que a veces llegan a ser fundamentales para el
propio futuro, y en algo de eso estoy. Qué hacer? Y la respuesta que me dan las
naturalezas es: sé feliz!! Y me dirán: se nota que no te gusta tu chamba,
Bictor. No es eso; lo que no me gusta es la obligación; no poder ir a donde
quiera, cuando quiera. Quizá simplemente Bictor quiere ser un irresponsable, un
cínico a lo Diógenes, a lo Cabral. Y Bictor responde desde el fondo: quizá,
quizá.
Tacna, 19 de junio, 2012, 00:26 horas.